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24 June, 2017

Misión en Benin. Del 24 de junio al 2 de julio de 2017

Esta es una misión que se planteó por la amistad entre Pepe Pascual  y el padre Martín, capellán del 11 de octubre,  quien dio a conocer a Pepe y a Teresa la existencia de esta orden religiosa encargada del hospital y su necesidad de cirujanos.

Los componentes de la misión quedamos por guasap el sábado 24 de junio sobre las 16h en la T4 de Madrid,  junto a la máquina de vacío más cercana a los mostradores de facturación.

Primero llegaron los fundadores: Teresa, Pepe y Faustino. A continuación llegó Alba, una jovencísima enfermera de 23 años. La siguiente en aparecer fui yo,  Carmen, una empresaria madurita que se encargaría de las tareas de logística. Empezamos a embalar las enormes bolsas de material quirúrgico. En seguida llegaron primero Lupe, cirujano de Ibiza y luego Andrea, residente de último año en Pamplona. Hubo un cierto caos con las maletas porque algunos no entendieron bien las instrucciones y por el vino que yo me empeñé en llevar y que al final conseguimos empaquetar. Todo se arregló, con la siempre inestimable ayuda de Faustino y conseguimos embarcar. Volamos a Casablanca. Al llegar allí nos sorprendimos al ver que había dos horas de diferencia con España, cuando nos habían dicho que sólo era  una, como en Benín. Para nuestra sorpresa, descubrimos que habían adelantado una hora extra con motivo del Ramadán.

Superado el desconcierto, cogimos el avión que nos llevó a  Cotonou: 6 horas con parada en Lomé. Nada más aterrizar en Cotonou volvimos a recuperar la hora perdida.  Serían las 4h de la mañana y vino el padre Martín a recibirnos. Después de saludarnos nos dejó en manos de Rufine, la monja, que nos llevó a una furgoneta del hospital, en la cual viajamos hasta Dangbo, que es el pueblo donde está el hospital de la misión. La carretera era mortal y el conductor experimentado.  Llegamos sobre las 6h a Dangbo y fuimos directamente a la casa donde nos alojábamos, seguramente propiedad de algún rico del pueblo, pues nos sorprendimos gratamente al encontrar aire acondicionado en todas las habitaciones. Repartimos las habitaciones (3 muy grandes para 7), pusimos las  mosquiteras, organizamos nuestras cosas y decidimos por unanimidad irnos a casa de las monjas a desayunar, de ahí acercarnos al hospital, que está al lado, para ordenar el material y, una vez ordenado, irnos a casa a descansar un rato y ducharnos antes de la comida. A mediodía comimos en casa de las monjas (que, por cierto, cocinan de maravilla y da gloria verlas de limpias y coloridas: van de azul eléctrico y con sobrefaldas super estampadas a la moda local, pero siempre  con motivos religiosos).

Sobre las 13:30h empezamos la consulta. Había en total 60 pacientes que valorar, casi todos con hernias, en su mayoría gigantes y muchos lipomas, también gigantes .

Nos dividimos en 2 consultas e hicimos una relación de pacientes con su diagnóstico y un registro con las intervenciones programadas de lunes a viernes, intentando dejar el viernes por la tarde libre para poder hacer alguna excursión.

La consulta nos llevó toda la tarde y de ahí volvimos a cenar en casa de las monjas. Luego nos fuimos directos a casa a acostarnos porque estábamos muertos.

A partir del lunes repetimos la rutina cada día: quedábamos todos en el salón de la casa a las 7:30h para ir andando a casa de las monjas a tomar “el petit dejeneur” y luego entrábamos al hospital, donde primero se pasaba consulta a los pacientes operados el día anterior y después empezaban a operar a  los nuevos según el registro que habíamos hecho. Las operaciones se hacían en un quirófano con aire acondicionado y dos camas que, separadas por un biombo, permitían operar dos pacientes cada vez. Si tenías suerte y no se iba la luz ni te tocaban casos demasiado complejos, podías hacer entre 11 y 14 intervenciones al día.

Fuimos  cogiendo el ritmo y cada vez fluía todo mejor.  Todavía nos quedaba tiempo para ir a tomar una cervecita al “Majestic”, el único bar en plena plaza del pueblo, antes de cenar. El ambiente era africano a tope: puestos de comida en todas partes, motos circulando sin ley alguna con la casa a cuestas y todos, hombres y mujeres, vestidos con esa ropa colorista que es una alegría para la vista.

Cuando las monjas podían dejarnos la furgoneta, nos íbamos a cenar al hotel, algo mágico para nosotros, pues era el único punto donde había wifi y recuperábamos el contacto social y familiar.  Tanto los viajes caminando al pueblo, en la furgoneta al hotel o las charlas al llegar a casa eran momentos de risas y confidencias  que podían llegar a ser desternillantes. Estábamos muy a gusto, no podía ser de otro modo, la vida nos había hecho coincidir y esto dejaría  huella de alguna manera en nuestras vidas, seguro.

Se operaron un total de  51 pacientes realizando   57 procedimientos.

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