Hernia Internacional: Gambia. Farafenni. 24/10/2015 – 6/11/2015.
Aeropuerto de Barajas-Adolfo Suárez, Madrid a las 5 de la mañana. A esa hora empezamos a llegar, cada uno por su cuenta, y desde procedencias distintas los componentes del equipo a la terminal 2. Sandra Del Barrio, Virginia García, José Trapero, cirujanos del Hospital de Segovia, y Montse Sánchez, enfermera del Gregorio Marañón junto a Elisardo Bilbao, cirujano jubilado de Bilbao, se saludan después de reencontrarse tras conocerse en la fiesta organizada por la Fundación Cirujanos en Acción y celebrada en Madrid el 2 de octubre. Falta Manuel Cires, del Hospital de Estella (Navarra), al que no conocemos pero fácilmente identificable al verle empujando una bolsa china y equipaje montadas en un carro que casi le oculta, pero no del todo, su cara de despistado, esperemos, temporal… Presentaciones, saludos e ilusión en el ambiente.
La facturación parece que va a ser complicada porque la cola es enorme y la no despreciable cantidad de material que traemos entre todos no va a agilizar el proceso. Ahora toca el control de seguridad y alguno de nosotros tiene que sufrir el celo desmedido del funcionario correspondiente. Todo por una toalla…
Llegados a la puerta de embarque, aparece Alex. Nadie le conocía . A mí me parece muy joven. No sé… Por fin empieza la misión y/o la aventura ?… En el primer vuelo unos aprovechan para dormitar y otros para hablar, para conocerse. Para variar, salimos con retraso y nos preocupa no llegar al enlace, perder el vuelo a Banjul. Aterrizamos y corremos para atravesar todo el aeropuerto hasta llegar a la puerta de Binter Canarias en dónde pasaremos control de pasaportes y embarcaremos. Por un momento tememos que el material no haya corrido como nosotros y se haya quedado en tierra. Sería la peor noticia, el desastre total. Allí conocemos a Oscar, cirujano de La Candelaria en Tenerife, que agobiado en la puerta de embarque al ver que no llegamos, está dispuesto a fingir un ataque de ansiedad para que nos de tiempo. ¡Genial el tipo! Afortunadamente la salida de nuestro vuelo también se retrasa, nunca sabremos si casual o forzada, y todo embarca con destino a Gambia. Sólo la mitad del pasaje, nos dan algo de comer y beber y , en algo más de hora y media, aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Banjul.
Después del pase de pasaportes, no sin algún “curioso” incidente, recuperamos el material. Está todo. Nos espera el Dr. Mamady, Director del Hospital de Farafenni, al que no volveremos a ver en toda nuestra estancia, excepto en la presentación en la sala de reuniones y el último día en nuestra despedida con discursos, regalos y cena compartida con parte del personal de gestión del Centro. También está Sainey Dibba que permanecerá a nuestro lado todo el tiempo y en todos los desplazamientos. Parece ser que es el encargado de velar por nuestra seguridad y de facilitarnos lo que necesitemos en cualquier momento. Personaje que merecería un capítulo a parte pero que, en este informe, no tiene cabida… por ahora.
Disponemos de dos vehículos, una vieja ambulancia en la metemos el equipaje y en la que entramos cuatro de nosotros junto al Sr Dibba y a Manbabou, nuestro maravilloso chofer durante toda nuestra estancia en su precioso país. En otra camioneta viajan los otros cuatro compañeros y el material.
Nos espera más de media hora de camino hasta La Barra, lugar de embarque en el Ferry que nos trasladará a la orilla norte del Rio Gambia. Vemos como Sainey hace la primera demostración de poder colándonos hasta la primera posición de la cola interminable de camiones, coches y furgonetas que espera pacientemente a cruzar. Había leído que, a veces, su espera se prolonga durante dos días.
Aprovechamos para cambiar dinero, los primeros 50 € (2.500 Dhalasis), y estirar las piernas palpando el ambiente, la calma resignada de la gente. Calor intenso y no menos intensa la humedad que nos hace empezar a sudar. Con ropa de invierno se hace más incómodo aún.
Embarcados los vehículos nosotros nos colocamos en un espacio cubierto con bancadas que hay en el lateral de la embarcación. Se agradece la sombra y la brisa que corre al desplazarse el barco. En la orilla del río vemos los cayucos, los famosos cayucos que todos recordamos cumpliendo otras funciones que no son, precisamente, a las que aquí se dedican: la pesca y, circunstancialmente, el cruce de personas que los servidores de la embarcación depositan en tierra trasladándolas a hombros o “a caballo”. Cuarenta minutos de observación, de estudio de la gente. Mujeres elegantes, altas, con gran estilo al caminar y colorido en su ropa. Hombres delgados, serios. Algunos hablan suavemente por el móvil. No veo, por ahora, el país de las sonrisas que los folletos transmiten. Hacemos fotos, Manu graba con su minicámara y nadie protesta… Más tarde será otra cosa.
Ya desembarcados, comenzamos nuestro camino de más de dos horas hasta Farafenni. Está claro que la comodidad no existe aunque nos asombra, en principio, el buen estado de la carretera. Enseguida comienzan los baches aunque nuestro chofer no tiene problemas en circular a 100 Km/h. Con todas las ventanas abiertas no conseguimos que aquello sea muy soportable. Empieza a faltar espacio y las piernas se duermen. Rebaños de vacas, de cabras, sueltas o agrupadas, controles policiales sin objetivo aparente, hacen que el trayecto se haga o parezca más largo. Menos mal que llevamos a nuestro “protector” que nos facilita los tránsitos con la autoridad.
Entrando en Farafenni vemos el Hospital a la izquierda. Fácilmente reconocible pues todos hemos leído lo más posible sobre el país y sobre los lugares de trabajo y residencia. Es nuestra primera parada y la aprovechamos para descargar el material , labor que efectúan trabajadores de la casa. Nos enseñan el pabellón central en cuya primera planta se habilitarán las consultas, la sala de pre y postoperatorio inmediato y el quirófano. Este último dispone de dos mesas quirúrgicas y de una mesa de exploración que utilizaremos como quirúrgica. Separadas por dos biombos nos permitirán realizar tres procedimientos simultáneos, exactamente igual que en la misión de febrero de este año llevada a cabo por el equipo internacional compuesto por suizos, alemanes y británicos.
El hospital presenta una estructura arquitectónica y funcional moderna. Diseño inteligente y práctico. Inaugurado en 2003, aunque en funcionamiento desde 1.999, da la sensación de infrautilizado posiblemente por la falta de recursos. Además de los 30.000 habitantes de la localidad, su área de influencia se extiende a cerca de 300.000. La mejor ayuda sería invertir en su desarrollo con una financiación estudiada para un plan funcional lógico evolucionado por un equipo experimentado que ayudara, durante un tiempo, a los administradores del mismo. Pero eso es otra historia. Nosotros teníamos que arreglarnos y lo hicimos con la ayuda inestimable del personal del APFR Farafenni.
Después de depositada la carga en el área quirúrgica y comprobados los espacios de almacenaje, lavado, esterilización y vestuario, recomendamos la limpieza para el día siguiente en el que efectuaremos la distribución del material, la medicación, etc. Para entonces nuestros reporteros ya han comenzado a dejar constancia gráfica de lo que sucede, actividad que se desarrollará como un aspecto más de nuestra misión.
Nuestra primera comida la realizamos en la sala de reuniones de la Dirección del hospital donde, previamente, hemos sido recibidos ceremoniosamente por el Dr. Mamady y parte de su equipo de gestión. Discurso de bienvenida y guiso de carne con arroz y verduras compartido con todos ellos. Los desayunos y las comidas serán, a partir de ese día, en el exterior de la cantina. Las cenas en el hotel pero siempre atendidas por la cocinera que facilita el hospital y a la que cada día se le paga, después de elegir menú, la compra que efectúa. De ese menester contable- y muy minucioso- se encargan Sandra y Oscar que administran con celo el fondo común. Compramos hasta el agua… Me olvidaba, cada día comen con nosotros Sainey y Manbabou.
Nuevo desplazamiento, esta vez en un único vehículo, la ambulancia que tendremos a nuestra disposición durante toda la estancia en Gambia. Destino : Eddy’s Hotel.
Es nuestro primer contacto con la población en la que vamos a permanecer 14 días. Observamos con curiosidad a la gente que nos mira con la misma o mayor. Mucho movimiento, puestos de venta de todo tipo por las calles. Llama la atención la esbeltez de la gente, especialmente la de las mujeres que caminan con elegancia ayudadas por el colorido de sus vestidos. Niños, muchos niños que, como en todos los lugares, sonríen y saludan. Fotos y videos. Días más tarde comprobaremos que sacar instantáneas sin permiso puede acarrear problemas…
El Hotel es tal y como aparece en la referencia de Internet. El patio central, lleno de vegetación y con mesas y sillas, se convertirá en nuestro hogar, en el lugar de confidencias nocturnas ayudados por el Winto y las cervezas locales heladas (muy ricas, por cierto) servidas por el hercúleo Ismail tan grande como buena gente. No tenemos para olvidar su emoción cuando nos despedimos. Era nuestro facilitador en la casa y siempre con una sonrisa. En ese patio esperaremos el transporte por la mañana, algunos escribiremos nuestro diario y todos cenaremos ayudados por nuestros fotóforos.
Después de la distribución de habitaciones y descarga de equipaje, descanso y cena. En la sobremesa comentamos que de los 200 pacientes preparados, nada. Nos quedamos decepcionados al saber que para el lunes, primer día de trabajo, sólo hay citados seis enfermos. Preferimos esperar a ese día, en el que habrá consulta, para saber como va a ir la historia. Calor, mucho calor pero después de una rica ducha y comprobar que el aire acondicionado de la habitación funciona así como el ventilador de techo, nos disponemos a descansar no sin antes bromear con mosquiteros, sacos de seda y repelentes varios. Alguno prescinde de todo…
El domingo 25 de octubre lo dedicamos a ordenar todo el material en el hospital. Nos ha venido a buscar nuestro fiel Manbabou a las 8 de la mañana y nos deja en la cantina para nuestro desayuno que comparte. Nos va a hacer falta toda la mañana.
Conocemos a otro buba (blanco en mandinga) que se llama Francisco Díaz y que es un anestesista cubano destinado allí durante dos años por su gobierno. Varios médicos cubanos atienden necesidades del hospital como las emergencias, medicina interna, pediatría, radiología. Él, sin embargo, va a ser imprescindible en el desarrollo de nuestra labor como más adelante relataremos.
Terminamos, no sin dificultades, de ordenar todo lo necesario para nuestro trabajo quirúrgico y nuestro protector nos invita a visitar el mercadillo que se celebra todos los domingos en uno de los barrios de la localidad.
Hay de todo: comida, fruta, pescado seco con el que elaboran pastillas de caldo, enseres, piezas de maquinaria agrícola que reparan en el lugar, artesanía, telas coloridas, bolsas, etc. Todo ello en una aparente anarquía pero en su lugar. Lo más curioso es que al final del día se reparten los beneficios entre todos, ¿como lo harán?. Es alucinante que a pesar de la necesidad palpable sean tan solidarios…
Nuestro afán por captar todo nos trae la primera dificultad con unas fotos. Somos rodeados por unos cuantos que nos reclaman, no entendemos muy bien, que borremos o paguemos. Del mal rato nos salva nuestro protector no sin advertirnos que es preferible pedir permiso antes de fotografiar, por si acaso.
De vuelta al hotel comemos arroz con verduras y pescado frito que, a mí, me parecen riquísimos. Agua abundante y siesta, algunos, y sobremesa otros. A las 17 h. nos vienen a buscar para hacer una excursión a un pueblo cercano pero comienza a llover y, por consenso, decidimos volver a casa. Cervezas, refrescos, cena, sobremesa y a dormir. Mañana, esperamos, será duro…
El 26 de octubre será recordado por Manu y el que escribe como uno de los más alucinantes allí vividos. Decidimos que los más jóvenes del equipo vayan a operar a los pacientes ya citados que, de entrada, son pocos pero a los que iremos añadiendo al cabo de la mañana hasta organizar un parte curioso. Los más veteranos nos dedicamos al clinic para triar bien y organizar los días sucesivos.
Llegar al pasillo y ver a aquella muchedumbre nos agobia de entrada. Un guardia de seguridad da paso a cada paciente cuando sale el anterior. Vemos la nada despreciable cantidad de 92 entre los dos. A mí me ayuda Sainey con la traducción porque, aunque procedentes de Gambia y Senegal, los pacientes hablan sus dialectos y poco inglés o francés. A Manu le ayuda Eliou, enfermero de la casa, con el que nos entenderemos muy bien. Lo que más nos duele es tener que rechazar algunos pacientes al ser inviable la operación por patologías asociadas, edad, imposibilidad técnica con lo que disponíamos o por patologías, como los bocios, fuera de las posibilidades de nuestra misión.
Evidentemente que la difusión de la noticia de nuestra llegada en mezquitas y radio pública había surtido efecto. Ya teníamos trabajo asegurado.
Antes de comer, después de acabado el trabajo matutino, hablo con Francisco de la posibilidad de que nos ayude con la cirugía infantil cuando no esté ocupado con su función, fundamentalmente anestesias ginecológicas. Utilizaríamos el quirófano de la urgencia que está razonablemente bien dotado y al que él está acostumbrado pues es dónde actúa habitualmente. En ese momento vivimos todos el primer impacto emocional, un niño muerto, al que nuestro amigo cubano no consigue reanimar, acompañado del llanto desgarrador de su madre que nos deja a todos aturdidos. Desgraciadamente, con el paso de los días, comprobaremos lo cierto del 97/1.000 de mortalidad infantil. Que pena…
Después de la comida algo de quirófano, preparado por la mañana, y vuelta a casa para mentalizarnos de lo duro que comienza al día siguiente y que no nos abandonará hasta el final. Todo el mundo con ganas, con ilusión de trabajar. Es emocionante ver a la gente así. Admirable, pero a eso hemos venido… Por cierto, el ordenador funcionando sin parar elaborando la base de datos que cada uno ayuda a confeccionar una vez terminada su intervención quirúrgica.
A partir de ese momento, cada día , dos de nosotros se dedicarán, a primera hora, de pasar visita a los operados que permanezcan ingresados y luego pasarán la consulta confeccionando el parte de quirófano para los días sucesivos, teniendo en cuenta que los viernes se debe interrumpir el trabajo a las 12 del mediodía ya que es el día del rezo principal para los musulmanes. Nuestras sesiones quirúrgicas nunca incluirán menos de 18 pacientes, llegando algún día a los 22. La excepción, como dije antes, los viernes.
Las hernias, generalmente, son enormes, inguino-escrotales gigantes, con grandes hidroceles en ocasiones. Muchas persistencias no operadas en edad infantil. Uno de nuestros temores es que alguna presente “pérdida de derecho a domicilio” y el caso se presenta. Afortunadamente nuestro residente de anestesia, Alex, ayudado por la Nurse nigeriana, Christiana, intuba al enfermo y conseguimos terminar el procedimiento con la plastia correspondiente. No se volverá a producir algo semejante.
Manuel se centra en la cirugía pediátrica que se lleva a cabo en el quirófano de urgencias, en la planta baja. Le asisten Francisco y Mathew, el enfermero de anestesia gambiano que se muestra activo, preparado y facilitador de muchas de nuestras gestiones. Es el que nos consigue nuestra primera conexión wifi al cabo de los días y que nos supone uno de los ratos más felices de nuestra estancia al poder contactar, por fin, con los nuestros y con la fundación. Le ayudan a operar, y él ayuda, el resto del equipo. En alguna ocasión participa Yammeh, el cirujano local. Gracias a la experiencia de nuestro amigo cubano se salva un broncoespasmo de un niño no sin pasar un momento angustioso.
En los días sucesivos intentamos controlar el clinic para no sobresaturar el quirófano. Estamos saliendo a las 19.30 o 20 h. Y no podemos prolongar más nuestra labor diaria. Manuel, con los niños, siempre el último. Es incansable.
Agotados pero contentos volvemos cada día al hotel con mil anécdotas que compartir. Lo mejor de todo es la complicidad que se ha establecido entre nosotros. Vivir cosas tan intensas hace que parezca que nos conocemos de siempre. Las sobremesas, las risas hacen que nos olvidemos del calor, de la falta de agua algunos días y de la limitación de las horas de electricidad. Da igual, estamos bien. A cambio, adquirimos habilidades para la higiene personal y para comer con luz frontal. La amabilidad del `personal del hotel que nos facilita el uso, incluso de su cocina, nos ayuda mucho. A Ismail lo recordaremos…
Sin embargo, hubo alguna dificultad de entendimiento con los gestores del hospital. Al tercer día invitamos a Francisco para que compartiera nuestras comidas ya que se pasaba la jornada en nuestro quirófano. Su ayuda nos resultó imprescindible para llevar a cabo la misión y nos parecía lo más lógico. Además, tan lejos de su hogar, se sentía feliz de compartir sus ratos con nosotros, hablando el idioma común y relatando sus experiencias como la de su estancia, durante tres años, en la guerra de Angola como sanitario. Parece ser que a la administración no le parecía lógica aquella convivencia y tuvimos que pedir la intermediación de Sainey para que intercediera. A pesar de los recelos, se solucionó y pasó a ser uno más del equipo.
El 30 de octubre reducimos nuestra actividad quirúrgica al ser el día de oración y con la obligación de acabar antes de las 12 am. Oscar demuestra sus habilidades proctológicas que deberá seguir demostrando la semana próxima con las hemorroides que hemos incluido entre nuestros procedimientos. Empiezan a escasear los analgésicos y varias intervenciones las realizamos con infiltración local. Después de comer, descanso y las chicas aprovechan para hacer sus compras de telas y para que les confeccionen preciosos vestidos y blusas en menos de 24h (!).
En nuestro primer sábado, excursión. Nos adentramos hacia el interior del país, hacia el este. Siempre en la ambulancia en la que habilitan sillas en la parte trasera para que quepamos todos. Tenemos que atravesar el río Gambia en un ferry al que llegamos después de una hora de viaje. La cola para embarcar como siempre, interminable. Camiones y más camiones. Cantidad de gente. Calor. Nos colocamos los primeros gracias a las gestiones de Mr. Dibba. Nos compramos, Manu y yo, un sombrero de explorador para poder soportar el sol en el manglar que vamos a visitar. La subida a la embarcación es algo caótica, con agua hasta los tobillos. Alguno de nosotros, insensato él, se descalza… Parece el metro de Tokyo y no es broma.
Una vez desembarcados, llegamos a un resort y nos llevan en un cayuco por el río para ver una reserva ornitológica. Aves por doquier y fotos y videos para inmortalizar el momento. A la vuelta, comemos en el lugar y coincidimos con un grupo de ornitólogos españoles que viajan por el mundo recogiendo imágenes e intentando descubrir nuevas especies. Son curiosas sus discusiones sobre la influencia hormonal en el cambio de coloración de los plumajes.
De vuelta en el hotel y después de la parada habitual por parte de la policía, que Sainey soluciona, cenamos jamón y queso que ha traído Manuel de casa y unas naranjas que hemos conseguido en un puesto cercano a nuestra casa. Hablamos, reímos y nos sentimos satisfechos de lo hecho durante la semana. Ha sido duro pero ha merecido la pena. Vamos cogiendo ritmo y, lo más importante, estamos consiguiendo que el personal local se acople y participe con el mismo entusiasmo.
El domingo nueva excursión para llegar a una reserva natural, al este de nuevo, con un largo viaje por carretera esta vez. Embarcamos en una lancha con toldo y acompañados de varios guías. La idea es intentar ver chimpancés ubicados en islas reserva que han sido rescatados de los furtivos. Nos avisan que, por ese motivo, no son muy amigables con nuestra especie. Cerca de 30 familias y, en un recodo, vemos a un hermoso ejemplar en una palmera que, inmóvil, nos observa. Un resoplido nos permite distinguir la cabeza de un hipopótamo que desaparece rápido. Después de algún avistamiento más volvemos al embarcadero para comer al aire libre el pollo gambiano y el arroz correspondiente. Calor, mucho calor.
Por la tarde visita a los dólmenes, a los círculos de piedra incluidos en las guías turísticas del país. Un guía se esmera en explicarnos su historia ayudándose de los gráficos expuestos en el local.
De vuelta a casa, Sandra, Virgi y Jose cocinan, en el hotel, pasta con salsa de tomate y cebolla que han comprado en la tienda cercana. Nos sabe a gloria. Aprovechamos para hacer grupo y para planificar el trabajo de la semana que, presumimos, va a ser duro…
El lunes, después del desayuno en la cantina, unos al quirófano y Montse y un servidor a la consulta. Esta vez sólo 25 pero desechando muchos casos, fundamentalmente bocios. Es imposible hacerlos y la pena es inmensa:¿qué va a ser de esas personas?. Banjul no parece la solución. Vemos otras patologías que, en nuestro medio, serían sencillas de abordar pero allí… El resto del día como siempre, a tope con el quirófano de arriba a tres y el de urgencias con los niños y Manuel, Francisco y compañía.
El martes es intenso mañana y tarde. Alex empieza a encontrarse mal con fiebre, catarro y abdominalgia discreta. Está tomando Doxiciclina. Por un momento pensamos en la malaria y le animamos a hacerse la prueba. Sabemos que hay un rebrote de la enfermedad y que en el hospital las doctoras cubanas están atendiendo entre 20 y 30 casos a la semana. Prefiere esperar 24 h.
Ese día nos ofrece otras historias como tener que suturar a un ingeniero catalán, que había venido con una compañera el día anterior, para colocar unas placas solares, una brecha fronto-parietal después de golpearse con una viga de acero. A las 15 h., en plena sobremesa, recibimos la llamada de Angel Expósito para entrar en directo en “la tarde” de la Cope. Comentamos como vamos y nuestras sensaciones.
El miércoles 4 de noviembre se presenta especial. Alex sigue encontrándose mal. Hablamos con Christiana para que le convenza de hacerse las pruebas. Se acerca al hotel, después de la sesión matutina, y se queda con él. Gracias a Francisco sacamos el trabajo pero, desgraciadamente, tenemos que dejar de operar niños porque se nos ha acabado la atropina. Intentamos solucionarlo pero no hay manera. El día es intenso y acaba cuando empezamos a recoger material para emplearlo en otras misiones. Mañana sólo operaremos por la mañana. Hemos programado cinco pacientes con raqui y alguno con anestesia local. Francisco ha sido fundamental hoy. La conclusión es que en las próximas misiones hay que disponer, al menos, de dos anestesistas o de uno muy experimentado. Hay que suplir las dificultades con veterania.
De vuelta a casa encontramos a Alex mejorado pero le hacemos prometer que mañana pasará por el laboratorio. Antes de cenar, visita al sastre para que nuestras compañeras y Oscar recojan lo encargado. Nos lo enseñan. Ellas elegantísimas y él todo un gambiano. Risas y charla en el Eddy’s. Durante la cena.
El último día de quirófano no es como lo esperábamos. El parte aumenta en otros dos pacientes que nos “cuela” Eliou. Hay cierto enfado de entrada pero al final comprendemos que es lógico. Antes de comer aprovechamos para despedirnos de las maravillosas personas que han trabajado con nosotros estas dos semanas. Fotos con todos, nudos en el estómago y la lástima de que la complicidad creciente no se hubiera establecido desde el primer instante. Pero es ley de vida, hay que conocerse. Ya siempre los llevaremos dentro…
Alex se ha hecho las pruebas y el resultado es negativo afortunadamente.
Comemos y nos avisan que por la tarde nos irán a buscar al hotel para traernos a un acto de despedida que se celebrará en la cantina . Aprovechamos la tarde para descansar y pasear. A algunos se les ocurre comprar unos balones para los niños y por poco se crea un tumulto, pero ha merecido la pena. Ducha, ropa limpia y al hospital.
Con un programa perfectamente estructurado y distribuido a cada una de las mesas que nos corresponden, comienzan los discursos moderados por el enfermero jefe. Agradecimientos, nos indican que les ha asombrado que trabajáramos de 8 h a 20h todos los días, que somos los que más hemos operado, etc. En nuestro turno, agradecemos su hospitalidad, la ayuda inestimable de Francisco, la atención que nos han prestado Sainey y Manbubou, etc. Nos acordamos del personal de enfermería, seguridad y camilleros y aseguramos que siempre guardaremos en nuestro recuerdo ese maravilloso país. Lo cierto es que nos hubiésemos quedado más. Nos queda la sensación que solo hemos puesto un parche. ¿Qué pasará hasta la próxima misión?. Al final nos regalan unos vestidos a las chicas y a los chicos una camisa típicas, preciosas. Volvemos a casa.
Hemos decidido salir mañana hacia Banjul, después de la visita a los pacientes que quedan ingresados, para estar cerca del aeropuerto el sábado. Descansaremos en un hotel de playa que Sainey nos ha reservado y Manbubou y él se quedarán con nosotros hasta que nos vayamos. Llega la hora de hacer la maleta y de pagar el hotel. De esto último se encarga Oscar que ha manejado maravillosamente nuestro fondo librándonos de ese engorro, eso sí, marcado de cerca por Sandra a la que podríamos confiar nuestra bolsa sin temor. Gracias a los dos.
El día 6 comienza como siempre, desayunando en el hospital. La diferencia estriba en que con nosotros viaja el equipaje. Antes nos despedimos de Ismail que se emociona…y nosotros también. Muchos días juntos, un buen tipo. Pasamos visita, damos altas y recomendamos algún analgésico y antibiótico. Curamos dos pacientes, entre ellos un niño que se ha recuperado maravillosamente de un abceso escrotal que drenó Manuel. Salimos para Banjul en dos vehículos, el nuestro y una ambulancia que nos prestan para poder llevar material y equipaje. El viaje es largo y con muchísimo calor. Hay que llegar a La Barra y cruzar con el Ferry a la orilla sur del Gambia para poder acercarnos a Senegambia, nuestro destino hasta la hora del vuelo.
Nos volvemos a colocar los primeros en la cola. Hay que tener influencia en todos los sitios aunque, esta vez, al policía de turno no le hace mucha gracia y discute con mister Dibba. La travesía, en silencio. Parte de los compañeros se quedan en la ciudad a hacer compras. Otros preferimos ir al hotel, ducharnos, cambiarnos de ropa y sentarnos en una terraza, sobre la playa, a tomarnos un bocadillo y una cerveza.¡Qué rico!. Cuando llegan los demás, algunos se bañan y otros seguimos en plan contemplativo, repasando todo lo ocurrido, como si no quisiéramos perder detalle de esa magnífica experiencia vivida. Creo que es de las cosas que más hayan merecido la pena vivir. Me acuerdo cuando Angel Expósito me advertía que quedaría enganchado y pensando cuando volver. Cierto.
La cena tranquila. Antes un paseo por la playa de los veteranos hasta otra terraza y vuelta en la oscuridad oyendo el sonido relajante del mar. Hoy vamos a dormir todos bien…
El sábado desayuno y viaje al aeropuerto. Los trámites de facturación y embarque sin problemas significativos. En Gran Canaria una azafata de Binter nos facilita las tarjetas de embarque del vuelo a Madrid. Llegamos justos al enlace. En el último vuelo alguno no para de escribir en un pequeño cuadernillo. Todos en silencio, dormitando o pensando. En Madrid esperan las familias.
No nos despedimos, nos decimos “hasta luego”. Abrazos y satisfacción. Nunca mejor dicho: Misión cumplida. A esperar la próxima. Gracias por la oportunidad que nos han brindado. Es cierto que hemos cambiado. El mundo es otra cosa…

